Sucedió en la playa de Besique


Cuando era un adolescente me tocó vivir uno de los momentos más bochornosos de mi vida, de ésos que pasado algún tiempo y el peligro lo recuerdas como una anécdota.

El protagonista, en aquél entonces era un joven de apenas quince años: delgado, de mirada seductora, labios sensuales y con una sonrisa pícara (insinuadora), digamos que aceptable a los ojos femeninos, en todo caso así me veía en el espejo o así quería verme. Bueno, aquél "Adonis" está por demás decir que era yo. Lo cierto es que era un joven romántico –hasta ahora lo soy- y vivía enamorado de cuanta niña hermosa se me cruzara por el camino, nunca escatimaba esfuerzos por conseguir robarles unos besos.

Cierto día de verano, el grupo de amigos organizó un paseo a una de las playas cercanas al distrito de Chimbote, en el norte del Perú, llamada "Besique". Todos irían con su pareja, además invitarían a algunas amigas para los que estábamos sólos. Llegado el día nos reunimos en el paradero de los autobuses a la hora acordada, diez de la mañana, en la plaza 28 de Julio (hoy Plaza Miguel Grau). Dentro del vehículo cada uno se acomodó de acuerdo a su conveniencia. Yo le había echado el ojo a una mocita muy guapa. Durante toda la hora que duró el trayecto conversamos, nos reímos y por ahí una que otra tocada de mano. El día era caluroso y pintaba excelente.

La playa de Besique estaba rodeada de una cadena interminable de cerros. A muchos metros del mar se alzaban una hilera de pequeños restaurantes rústicos, administrados en su mayoría por pescadores artesanales. Colindante con el océano se hallaban unos grandes peñascos (cerros de piedra). El lugar era inmenso y alejado de la civilización.

Apenas descendimos de la chatarrita que nos había transportado hasta nuestro paraíso juvenil, empezamos a emparejarnos, lógicamente yo iba con la niña que me había deslumbrado desde un inicio. Entre toda la collera (amigos) elegimos dirigirnos a una pequeña bahía cercana, quince minutos caminando, para lo que se debía cruzar un gran cerro de arena y piedra. Iniciamos la marcha. Unos iban echando relajo, otros demostrando sus dotes de orador – entre ellos éste humilde parroquiano - y los demás jugando a la pega (tocar con la mano a quien se persigue a las carreras), aunque para ser sincero éste jueguito servía para tocarles las nalgas a las muchachitas.

Ya enfrente de aquella encumbrada colina arenosa empezó el ascenso. Los varoncitos sudorosos, agitados pero con la cabeza llena de ilusiones tratábamos de mostrar nuestra mejor sonrisa. Estábamos en la mitad del camino cuando alguien gritó:- ¡Por acá hay un atajo!- Todos nos dirigimos hacia aquel camino que nos ahorraría el desgaste físico. La trocha medía aproximadamente entre cincuenta o sesenta centímetros de ancho, bordeaba todo el cerro y se encontraba a una altura de 30 metros o más desde el nivel del mar. Uno a uno iniciaron el recorrido pegando la espalda al cerro, guardando el equilibrio con gran sangre fría. No había andarivel que nos protegiera del peligro de caer sobre las peñas que azotaban las olas.

Todo estaba "chévere" (bien) hasta que tocó mi turno, al igual que los demás avancé, poco a poco, lentamente, evitando mirar hacia abajo. Llevaba un poco más de la mitad cuando los nervios me traicionaron y sentí como si el cuerpo se me fuera hacia delante, pegué con fuerza la espalda al cerro, por más que intenté avanzar, no pude, mis piernas no obedecían las ordenes de mi cerebro; entré en pánico. Mis amigos al percatarse de mi situación empezaron a alentarme: ¡Vamos, Javier tu puedes! ¡Tranquilo amigo! ¡Avanza de a poquito Javi! Todo fue en vano. Cuando la circunstancia se tornó desesperante fueron en busca de ayuda.

Desde donde me encontraba, envuelto entre el miedo y la vergüenza, la observé, estaba con su carita triste, preocupada, con esos ojitos llorosos... la vi rezar.

Después de un buen rato llegaron los súper héroes, eran pescadores acostumbrados a desafiar el peligro, se armó todo un operativo. Uno se me acercó por el lado derecho y otro por el lado izquierdo, ambos estaban sujetos por cuerdas desde arriba, parecían alpinistas, uno de ellos traía una gruesa madera que luego cruzo fuertemente a la altura de mi pecho, cada uno sujetaba en un extremo. Me ordenaron con voz firme avanzar. Nuevamente me volvió la confianza y avancé lentamente los aproximados siete metros que faltaban para salir de aquella pesadilla. Al final llegaron los aplausos y toda manifestación de alegría de parte de la gran multitud de curiosos que para entonces se habían congregado. Emocionado agradecí a cada uno de éstos valerosos hombres de mar, los mismos que me llevaron hacia un rincón y me dieron una “gran puteada” advirtiéndome que no volviera a intentar nuevamente aquella acción. Calculo que todo duró algo más de dos horas desde el inicio de aquella bochornosa situación hasta el rescate.

Pasado el susto toda la pandilla terminamos el descenso hasta la pequeña bahía. Ya instalados surgieron los comentarios, nos bañamos, nos divertimos hasta que nos dieron las cinco de la tarde, hora de regresar. Todos volvieron a cruzar por el atajo, a mí me tocó subir y bajar aquel gigantesco cerro; ya lo dice aquel refrán: "Mas vale prevenir que lamentar".

Nunca llegué a sentir los labios de la niña que tanto me había ilusionado, solo pude tomarla de la mano durante nuestra estancia frente al mar. Jamás la volví a ver desde aquél día.


Tu opinión es importante

15 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Qué bonita y tierna historia, me ha emocionado. Lástima que la chica no se llevara un buen recuerdo de ti, tal vez, de no haber tenido ese percance "sin importancia", hubiera podido ser la mujer de tu vida.
Un placer leer estos textos tan bien escritos y amenos.
Hasta pronto.

Anónimo dijo...

Querido Javier,
Me ha gustado muchísimo tu post, es una linda narración, tiene aventura, suspenso y romantesismo, muy buenos ingredientes para una bella narración.
Escribes muy bien, ¿ haz escrito algún libro ?, el Perú ncesita jóvenes escritores, la generación del Siglo XXI.

Gracias por tu visita a mi blog, y tu inteligente comentario.

Cariños,

María del Carmen

J. Gamaliel dijo...

Uff! Pues la verdad yo me hubiese orinado del pánico o simplemente no me hubiese animado a caminar por ahí. Debe ser horrorífico caminar sabiendo que cualquier cosa puede causarte la muerte.

En fin, al menos pudo sentir la mano de aquella chica. Debió haber sido un momento pajasa!

Lo sigo leyendo, saludos!

todavia dijo...

Creo que no fue tan bochornosa la situacion pues por alguna razón los pescadores llegaron protegiéndose con cuerdas. De no haber sido cosa peligrosa ni siquiera hubieran acudido en tu ayuda. Que lástima que no se concretó aquello con un beso, pero al menos tomaste su mano y te quedó el recuerdo. Y uno muy hermoso.

Liova dijo...

Hola!!!! Como adolescentes que érais seguro que la vergüenza que sentiste también la sintió ella. Seguro que hoy por hoy, no hubiérais actuado así. Bonita historia. BESITOS Y SALUDITOS ESPAÑOLES.

Asun dijo...

Al menos la aventura no acabó del todo mal, no te pasó nada y tuviste su mano en la tuya.
Muchas gracias por tu visita a mi blog.
Un saludo

Alma Mateos Taborda dijo...

Una historia maravillosamente tierna, contada con estilo y claridad.Conmovedora y emocionante. Precioso escribes. Me encantó visitarte y lo seguiré haciendo. Un abrazo.
Te invito a seguir Alas azules.

Man dijo...

Hola amigo Javier. Me he alegrado de venir a verte desde el blog de Curro. Es una historia que me recuerda uan vez que nos colamos a un estadio de futbol para ver el partido de nuestro equipo sin pagar (12-13 años) Trepamos por unos palos altísimos que estaban apoyados en una de las tapias del campo (cancha)... pero al otro lado era un puro salto de unos 5 - metros (Me daban lo mismo que 60 o 600 metros) Pero la verdad es que siempre he sido muy temerario y un poco suicida. Me arrojé pero con tan mala caída que... ¡me quedé sin habla! En casi meda hora no pude articular ni palabra ni gruñido ni nada de nada. Me quedé mudo del golpe.
Lo que más sentía era cunado mi padre se enterara ¡y todo por colarme a ver un partido!.
Menos mal que al final volvió el habla muy poco a poco. ¡Acojonaico vivo estaba!
Tú por lo menos le tocaste las manos a tu dama pero yo...

Javier, si quieres pásate por mi blog que hopy hay cosas que te afectan.

MAMÉ VALDÉS dijo...

Tengo un gran sentido del ridículo, pero ante el peligro lo mejor dejarte ayudar, y si hay alguien delante pues no pasa nada. Son muy originales y reales tus historias y de alguna manera me identifico con ellas, un saludo.

Espero que apareciera "Otra Amiga".

Encarni dijo...

Me gustan estas historias tuyas que te llevan al pasado para ajustar cuentas en el presente. Tal vez este suceso que cuentas no tuvo nada que ver con que no volvieras a ver a esta chica, lo mismo exite otra historia que nunca sabremos.

Saludos.

virgi dijo...

Me gustan las cosas que cuentas. Te sigo en tus recuerdos.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Hace dias que quería pasarme por tu blog, pero por falta de tiempo no he venido antes...Estoy agradecida por tus comentarios...
He leido tus historias y me ha gustadocomo relatas tus experiencias...Volveré.

Luis dijo...

Hola Javier:
El destino personal tiene escritas sus páginas...
A tí te tocó comprobar que hay atajos que son más bien "desatajos" y esta experiencia seguro que te habrá sido útil en alguna otra ocasión posterior...
Que tengas un buen fin de semana,
Luis

Mae Wom dijo...

Menudas dos horas que tuviste que pasar! A mi las alturas como que no me van mucho...

Saludos

Unknown dijo...

Que bellas narraciones, te trasportan a visualizarte exactamente en el momento exacto de los acontecimientos, que buen talento tienes debes de explotarlo al maximo, ya veras que con persistencia y esfuerzo tendrás grandes logros, continua cultivando en lo que a mi parecer es tu gran pasión la escritura.