El mayor de los halagos


Al llegar a Chimbote lo primero que mis padres hicieron fue buscar un buen colegio para que sus hijos tuvieran la mejor educación de la ciudad. A mi hermano menor y a mí nos tocó formarnos en un colegio solo para varones, dirigido por sacerdotes de una congregación italiana. A mi hermana la ubicaron en un centro educativo administrado por religiosas, exclusivo para mujeres. Hoy, los tres hermanos estamos felices y agradecidos con nuestros padres por el gran acierto de elegir la escuela que nos albergó en sus aulas por muchos años, orgullosos de ser sus exalumnos.

Fue en esta etapa de colegial que sucedió algo que nunca olvidé porque se convirtió en uno de los recuerdos infantiles más importante de mi vida.

Por las mañanas, los alumnos llegaban al colegio puntual a la hora de ingreso. A diario se escuchaba por los parlantes la voz de mando del regente –un ex policía- exigiendo a la formación: orden y disciplina en el patio principal. Terminada la ceremonia matinal el alumnado ingresaba a sus aulas, todos excepto yo que como cada día salía temprano de casa pero llegaba tarde –siempre encontraba un motivo para entretenerme en el camino-. A los "tardones" nos tocaba esperar en la calle hasta que volvieran a abrir la puerta para poder ingresar. Entregábamos nuestra libreta de control y nos anotaban el numero dos que significaba tardanza, la idea era que cuando nuestros padres lo vieran nos aplicaran un castigo ejemplar, algo que mi viejita linda cumplía con estricta obediencia. Una vez que nos apuntaban el número fatal con bolígrafo rojo el regente nos estampaba un golpe con la regla de metal que nunca olvidaba, su zona preferida era la espalda o las piernas. Con el tiempo a este buen hombre, que solo cumplía su trabajo, le cogimos un gran cariño porque pasado ese momento era un gran amigo.

Fue en una de esas mañanas que a toda prisa subí al salón –era la primera aula en el segundo piso-, toqué la puerta con cierto temor. La figura de un joven de baja estatura apareció en la entrada, nos saludamos, y éste con el rostro adusto me invitó a pasar. Mientras ubicaba mi carpeta los compañeros de clase bromeaban a mi paso. Era el profesor de literatura quien en ese momento dictaba su clase. La mayoría prestaba atención a las explicaciones del educador pero un grupo, más relajado, nos entreteníamos en otras cosas. Minutos antes de finalizar su hora, el "profe" nos dejó como tarea escribir un cuento para la siguiente fecha: tema libre.

Las horas pasaron lentamente hasta que el timbre sonó estruendosamente anunciando la salida. El inmenso portón del patio central se abrió de par en par y el alumnado, como reos que ven la oportunidad para fugarse, salió a todo tropel. Ya en la calle formábamos grupos para acompañarnos buena parte del camino de regreso a casa.

En mi habitación tenía un pupitre de madera –regalo de mis padres, imagino que ilusionados lo compraron para darle comodidad al futuro profesional- que ocupaba generalmente después de las cinco de la tarde para realizar los trabajos que nos dejaban en el colegio. Ese día, cogí mi cuaderno de apuntes, empuñé el lápiz como un pintor a su pincel para dar los primeros trazos en su lienzo. Eché a volar la imaginación, la sola idea de redactar un cuento de mi autoría me emocionaba, por primera vez sentía que haría algo que me agradaba. Pensé en el mar, en las plantaciones cerca de la ciudad, en el cementerio… pero nada fluyo.

Al día siguiente por fin pude pescar una historia: escribí, borré, corregí cada renglón; era un loquito concentrado. Mis padres se asombraban de verme pegado a mis papeles. Cuando faltaba poco para terminar el texto volví a releer lo avanzado y descubrí que no me gustaba, que tenía muchos errores. Estallé en cólera y empecé a romper todas las hojas. Con el rostro lleno de rabia fui donde mi padre para pedirle permiso e ir a caminar por el malecón. Él, que me conocía bien, intuyó que algo malo me estaba sucediendo y en mi ausencia se dirigió a mí cuarto. Lleno de curiosidad ingresó a la recamara, grande fue su sorpresa al ver muchas hojas rotas esparcidas por el piso. De regreso a casa me preguntó el por qué había destrozado mi trabajo, le respondí: “Porque todo estaba mal”. Intentó animarme citándome muchos ejemplos de grandes hombres que en un principio se equivocaron pero que al final llegaron a ocupar un lugar en la historia. Me pidió que fuera perseverante y que controlara mis impulsos. Mi madre criticó la reacción descontrolada pero me inyectó confianza diciéndome que estaba segura que al final escribiría algo bonito.

Como todos los días salí del colegio junto a los amigos pero en aquella oportunidad solo los acompañe unas cuadras porque luego me separé del grupo para dirigirme a la plaza de armas. Tomé asiento en una de las bancas y empecé a observar el cielo: con las nubes formaba rostros humanos, animales, paisajes, naves, todo lo que a mi imaginación se le antojara. Luego, seguí con la mirada a un grupo de niños que lustraban zapatos: descalzos y vestidos con ropa tremendamente desgastada por el uso y el tiempo. Mis cortos once años no fueron impedimento para sentir un nudo en la garganta, y pensar que uno de ellos podía ser yo. “Pareciera que esos niños vivieran en otro mundo”, me dije mentalmente.

Por la noche les conté a mis padres lo que había visto y sentido pero mientras reflexionábamos sobre el tema en mi cabeza empezó a recrearse toda la historia de un niño. Fui a mí recamara, me senté en el escritorio, cogí papel y lápiz y la imaginación empezó a dictarme lo que sería la historia del cuento escolar: "De noche, un niño que caminaba descalzo por la plaza de armas, vestido con harapos –pobre en dinero pero rico en sentimientos-, vio una luz caer en el mar. Corrió hasta la playa y encontró a un hombrecillo tirado en la arena. Se acerco con temor, al verlo herido le ayudó a recuperarse. Superada la desconfianza entre ambos lo llevó a su humilde casa: echa de cartones, plásticos, carrizos y listones de madera; ubicada en un cerro a las afueras de la ciudad. Su padre, un técnico electrónico, dirigido por el visitante construyó un aparato transmisor con el que pudieron establecer comunicación con una nave nodriza para que lo recogieran. El tiempo que duró la convivencia entre los personajes compartieron enseñanzas que con los años ayudó al papá del niño a ser un gran inventor sacándolo de la pobreza, y el nuevo amigo se llevó al espacio una lección de amor y amistad". (Lógicamente, he resumido tremendamente el cuento que además venía acompañado de dibujos).

Llegado el día de la presentación de los trabajos entregué henchido de orgullo mi cuento. Esperaba con ansias la llegada de la nueva clase para que se nos dieran las calificaciones. Tanta era mi emoción que la fecha siguiente llegué temprano a clase. El maestro ingresó con todos los textos, los colocó sobre el escritorio, tomó asiento y comenzó a llamar alumno por alumno. Cuando llegó mi turno salté del pupitre escolar como un resorte, me acerqué y recibí la carpeta que guardaba mi inspiración. Al ver la calificación que se me había otorgado me desarmé completamente, sentí coraje, ganas de golpearlo, de escupirle y de llorar. Para el profesor mi cuento valía “00”. Con la voz quebrada le pregunté por qué me había colocado dos grandes ceros, me respondió que lo mío era una copia, que era imposible que hubiera podido escribir algo así. Por más que alegué no me prestó atención.

Recién en casa me puse a llorar de impotencia. Le mostré a mi padre mi trabajo con la injusta calificación, éste se olvidó de la "santa paciencia" y empezó a insultarlo. Mi madre, me abrazó repitiendo que se sentía orgullosa, que a ella no le importaba esos dos ceros porque ambos eran testigos de mi esfuerzo. A la siguiente clase mi papá me acompañó a la escuela, esperó al enano mental y cuando lo vio llegar lo enfrentó lleno de rabia, exigiéndole enérgicamente que se retractara. El aula entera era testigo de la cara de susto del “profe”, mientras tanto yo estaba lleno de orgullo parado al lado de mi héroe. Ante el escándalo que se había armado apareció el director intentando calmar la situación, luego los tres se fueron a la dirección.

Aproximadamente, después de treinticinco minutos fui llamado a reunirme con ellos. Allí el pedagogo se disculpó por la injusticia cometida, y con la presencia de la máxima autoridad escolar se me otorgó el puntaje más alto.

Superado el amargo incidente pensé: "Si un maestro que ha estudiado tantos años en la universidad creyó que mi cuento era una copia entonces significa que mi trabajo estuvo excelente por lo tanto soy bueno".

Lo que fuera una ofensa a mi creatividad infantil término convirtiéndose en el mayor de los halagos para mi corta edad.

Pasaron los años y vino la película "E.T., el extraterrestre" y el gran parecido entre el guión del film con lo que escribí de niño hizo que me sintiera aún más orgulloso cuando ya era un jovencito universitario.



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El Amor

Parque del Amor en el distrito de Miraflores

Cuando observando el mar tu suspiro se va tomado de la mano con la brisa marina, y el sol se convierte en la imagen de una persona en especial, es cuando toca reconocer que estás dentro de los dominios del amor y que tu camino desde aquel momento empieza a depender de él. Son éstas cuatro letras las que convierten al "idiota en ladino, y al ladino en idiota". Alguna vez me dijeron que el amor no da de comer pero "sí te alimenta el alma y llena de motivación tus días para conseguir lo que necesitas", respondí. El amor es la mejor vitamina del ser humano.

El amor es mágico: te cautiva, te hace volar, te ilumina la vida, te cambia los días; te ayuda a reconocer algo nuevo en lo mismo que hasta ayer solo era monotonía. También el amor es dolor, lágrimas, días grises, confusión. Es un revoltijo de sentimientos encontrados, tan bellos y enigmáticos como las entrañas de la inmensidad oceánica.

Por amor muchos se convierten en héroes: lo arriesgan todo, y si pierden no se detienen para lamentarse, siguen adelante estoicamente. A otros los deja como despreciables lacras, basura hedionda, absolutos cobardes por enamorarse de otra vida y abandonar a quien esta a su lado. Los inquisidores ojos de la sociedad siempre suelen tener un cartelito listo para colgárselo.

En el complejo mundo del amor nadie tiene la verdad absoluta: todos tienen la razón, y todos a su vez están equivocados. Por él las neuronas se te pueden desquiciar; soplarte al oído que ya es hora de partir, de adelantar la despedida. También se convierte en esa voz divina que te resucita como a Lázaro; te despeja la mente de aquellos nubarrones que empañan tu sendero hacia la felicidad.

"Cada persona que habitó en mi vida, ahora reconozco, solo fue una pequeña velita misionera alumbrándome una parte del corazón, porque cuando tú llegaste me iluminaste hasta el alma", le repito a mi pareja. Pero en el pasado –antes de conocerla- también llegué a sentir el duro golpe que este sentimiento suele dar, llegando a decir a la mujer de entonces: "Amarte tanto fue mi peor error, porque de tanto sentirte amada se te olvidó amarme". Un día puede ser el más letal de los venenos, y al día siguiente el más estupendo de los vinos; así es el amor.

A veces pienso que el amor es un idioma complejo de entender y que solo se le sobreentiende, una palabra cuyo significado real es difícil de encontrar. Enarbolándolo como única bandera se unen personas del mismo sexo –aunque esto lo vean mal ciertos tramitadores del omnipotente-, algunas se enamoran de otras ya en matrimonio, otras se saltan la abismal diferencia de edad. El amor es un antiguo jeroglífico complejo de descifrar con certeza.

Si habita en el corazón, el cerebro o en el alma ya que importa; el amor es como un Dios: no puedes tocarlo más sí sentirlo muy dentro de ti. Por eso creo que es mejor sentarse tranquilo en éste coche que él conduce, y otear desde la ventana el horizonte incierto, confiando que al final terminará llevándonos hacia la felicidad, aunque la felicidad duela encontrarla.

Para ella, en este mes del amor y la amistad: "¡Tú eres el amor!... Si no existieras no podría inventarte porque significa que estaría muerto".


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El mar en mi vida

Frente al mar a las 6 am.

- ¿Javier, para ti qué es el mar?

- "El mar es un inmenso écran (pantalla) en donde puedo reencontrarme con mi pasado, reflexionar el presente, y convencerme que allí esta mi futuro... El mar lo es todo", respondí.



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